Llegamos a Siem Reap y de inmediato me cautivó la historia del país, así como lo amable y sociable que era la gente. A los pocos días conocimos a Munily y Pov, dos monjes budistas muy simpáticos. Se sentía bien estar en su compañía, los monjes son muy respetados por los locales. Ambos son descendientes de los jemeres, una de las civilizaciones más antiguas del sudeste asiático. Se cree que los jemeres emigraron del sur de China a la península de Indochina antes que sus vecinos vietnamitas, tailandeses y laosianos.
En Siem Reap visitamos el famoso y monumental templo budista de Angkor Wat, que está fuertemente asociado a la identidad camboyana y es la insignia actual de su bandera nacional. Se considera la estructura religiosa más grande jamás construida y uno de los tesoros arqueológicos más importantes del mundo. La mañana que visitamos Angkor, un guía nos habló de la importancia del color naranja y rojo en la filosofía budista. Por un lado, el color naranja está asociado a la transformación constante, simboliza las hojas de otoño que maduran y se renuevan, como el ciclo de la vida y la muerte. Por otra parte, el rojo es el color de los rituales poderosos y de la pasión transmutada en sabiduría, simboliza el fuego; utilizado para la cremación del cuerpo.
Recorrimos Siem Reap en bicicleta, y a veces mientras pedaleaba sentía una sensación cálida en el pecho, con los ojos llorosos agradecía estar en un lugar tan mágico. Conocí seres extraordinarios, viviendo en paisajes de ensueño; donde a pesar de su difícil situación económica y sombría historia, siempre te recibían de forma muy amable y amorosa. Es una cultura sumamente interesante, con una historia antiquísima y a mi parecer, sumamente misteriosa por momentos.
A todos los viajeros que visiten el sudeste asiático, aconsejo se tomen el tiempo de conocer la extraordinaria cultura camboyana; serán muy bien recibidos por los locales.